La chica de cristal
La chica de cristal se expone en un museo.
Descansa sobre la parte inferior de una columna medio derruida que le sirve de pedestal.
Su rostro es anguloso, igual que toda ella, un conjunto de aristas ingrávidas que forman delicados y frágiles brazos y piernas. Cabellos suaves y finos, dedos delgados y huesudos, largos, inacabables. Su cuerpo constituye un prisma de cristal perfecto a través del cual pasa la luz, descomponiéndose en un arcoíris de manchas de colores que se proyecta sobre el suelo de la sala.
Los visitantes del museo contemplan pasmados a la chica de cristal, admiran su delicada y frágil existencia, mientras asombrados preguntan: ¿Cómo puede alguien ser tan endeble? ¿Cómo puede estar uno tan al borde de la quiebra? ¿Tan a punto de caer? Y a la vez que se preguntan, observan a esa chica desvalida, incapaz, que lucha fatigosamente contra el vacío de una gravedad que ellos sí saben vencer, y se sienten —por un fugaz momento— eficaces y exitosos, dueños de sí mismos y de su porvenir, más grandes, más duros, más fuertes, mejores.
Y es que por todos es sabido, que la chica de cristal puede desvanecerse con la brisa más ligera. Aquello que para algunos es un soplido imperceptible, en su piel, transparente y cristalina, se convierte en huracán.
Y cuando sopla el viento, y nuestra mujer-vidriera, trémula, hace equilibrios sobre su pedestal, son muchos los que se acercan, soplando, salvadores que intentan compensar la corriente de aire para evitar la fatalidad.
Y por mucho que ellos, exhaustos, vacíen sus pulmones de un soplido, la mujer-cristal acaba cayendo y estrellándose contra el suelo, y los mil pedazos en los que se convierte aquella niña frágil y débil, son puñales afilados que se manchan con la sangre de todos aquellos sopladores inocentes que se atrevieron a imaginar que eran capaces de salvar lo insalvable. Aquellos que, a pesar de saber luchar contra el viento, se acercaron tanto a la mujer-cristal que acabaron con la piel cortada y las heridas abiertas tratando de buscar equilibrios que no eran suyos.
Comentarios
Publicar un comentario