Ilustración: Leonor García Muñoz Érase una vez, en un reino muy muy lejano, una astuta reina que cosía cerca de la ventana de su alcoba de palacio. La joven reina, remendaba la ropa de su rey mientras contemplaba la nieve que cubría los jardines y pensaba en la hija que llevaba en su vientre. Entre remiendo y remiendo, la reina deseó que su hija fuese bella, muy bella, no porque considerase esta como la cualidad más idónea y valiosa en una mujer, sino porque esta reina, astuta y despierta como ya dijimos, conocía las dificultades de ser mujer en sus tierras, la presión a la que las doncellas se veían expuestas y los estrictos juicios corporales a los que la princesa se tendría que someter tan solo por ser una niña, y deseaba la reina, que de entre las muchas batallas que la princesa tuviese que librar, la de su cuerpo no fuese una de ellas. La reina, estaba convencida de que la solución a este problema no consistía en que su hija se adaptase a estos rígidos y estrictos moldes a
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