Imagina
Imagínate que un día vieras la felicidad en tu rostro, que
la vieras lejana y perdida, presente en otro tiempo. Imagínate que un día
pensases: ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Quién es esa persona que sonríe a lo
lejos? ¿Quién es esa persona despreocupada, feliz, dueña de sí misma, serena?
Imagínate que vieras a la amabilidad, a la serenidad, a la
alegría más pura, y les dieras la espalda, salieras huyendo despavorida. O
peor, imagínate que quisieras tocarlas con la yema de los dedos, conformándote
con un roce cuando en otro tiempo las aferrabas fuerte, y fueses incapaz. Tus
músculos agarrotados no saben dónde van, no te obedecen.
Imagínate que te perdieses. A ti mismo. Que no supieses. Que
no encontrases.
Imagina un vacío enorme. Un vacío que duele, un vacío que
bloquea, que te hace dudar. Que te presiona hacia abajo.
Y todo es pequeño. Y
tú lo que más.
Imagina el final de un cuento. Imagina que el cuento
continúa, y tú, desapareces. Te desvaneces sin más. Y pasas a mirar desde
fuera. A mirar desde fuera su felicidad, su cuento, sin ti. Sin importar.
Te caes. Y no te puedes agarrar.
Y necesitas resucitar.
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